Gracias a
los descubrimientos de la óptica se sabe que los sentidos pueden ser engañados,
y que las apariencias pueden ser falsas. Pero, así como se engaña a la vista,
también se puede engañar a determinados criterios pre-establecidos: “A mi se
enseñó de tal manera y así tiene que ser, y si no es así, entonces yo no
juego”. Una actitud de esa naturaleza provoca una limitante, en la cual debido
a la estrechez de criterio se puede afectar, tal vez no solo al emisor mismo,
si no que a un conglomerado de receptores interesados en la sensata discusión
de intereses comunes. Las suposiciones como queda señalado, no siempre son
verdaderas y no siempre son falsas. Por ejemplo, si al caminar durante media
hora un sujeto estará a cinco kilómetros del punto de partida. El supuesto
puede ser verdadero si se cumple el hecho anunciado, pero puede ser falso si el
hecho anunciado no se cumple. Aquí se considera a lo imprevisto como un factor
determinante que en determinado momento puede tener una incidencia potencial.
Ergo: si a medio camino el sujeto recibe una llamada de emergencia mayor: como
el deceso de un ser querido u otra circunstancia de esa categoría, de súbito,
dicho individuo se encuentra en una situación de disyuntiva emocional que le provoca
un estado de indisposición, planteándole un nuevo imperativo de orden
inmediato. La caminata se suspende y el supuesto previsto no se cumple. De allí se deduce que toda suposición es de
tipo contingente. Puede ser y puede no ser.
En el caso
de las opiniones, estas generalmente carecen de un fundamento sólido por medio
del cual su radio de validez pueda ser verificable. “Yo pienso que tal sujeto
es de esta y esta manera, o que tal circunstancia debiera de ser así, así y
asá”, puede ser un error de apreciación, porque el mismo sujeto o la tal
circunstancia que siempre falla, en determinado momento puede convertirse en un
acierto. Una opinión calificada podría
considerarse como parte sustancial de una estructura hipotética. Una opinión de
orden común no. Por esa razón, se impone el aserto que dictamina que, las
opiniones en términos generales carecen de valor universal. O, como dicen los
expertos: las opiniones carecen de valor científico. Normalmente, esos puntos
de vista son tan equivocados que terminan siendo parte del cesto de los chismes.
Lo
objetivo puede identificarse solo a partir de un conocimiento a priori, y
necesariamente como un resultado a posteriori. Este tipo de certeza trasciende
los niveles de la lógica empírica, esa lógica de orden coloquial en la que se
mantuvo encasillada a la cultura popular; básicamente, porque lo objetivo
obedece a los imperativos de tipo universal, y como bien es sabido, lo particular no infiere a lo universal en
cuanto a que, lo que es ya existe y como esencia es inmutable, aunque se le
convierta en materia de subsecuentes transformaciones, la naturaleza elemental
sigue siendo la misma. Lo trascendental funciona en sentido opuesto a lo
particular. Es común escuchar que si un sujeto no tiene dinero no es
inteligente, y por lo tanto su valor como persona es inferior a otro que si lo
tiene. “Cuánto tienes cuánto vales, nada tienes nada vales”. Esa es una
verdadera falacia propia de los sistemas mercantilistas que han venido
magnificando el valor de cambio como un bien absoluto, confundiéndolo con el
valor de la existencia, de esa manera se
ha venido estrangulando en su esencia el valor del servicio. Los sistemas
que se rigen por ese tipo de premisas están próximos a colapsar, tomando en
consideración que las nuevas políticas derivadas de la globalización
humanística que se extiende a lo largo y a lo ancho del mundo actual, propugnan
por establecer un sistema en el cual el valor del ser humano es el valor
supremo por antonomasia. Las premisa mayores y menores, y la posterior
conclusión en la que se basan los sofistas para formular sus falacias nunca han
tenido acicate dentro de lo verificable; considerando que, el valor intrínseco inherente a la naturaleza biológica en el ser
humano y, en términos generales en todas las especies, siempre determina que
ningún sujeto es inferior a nadie y que, el valor de la vida siempre ha sido el
bien supremo por excelencia con carácter de no cuantificable. En
consecuencia se puede establecer que nadie es superior a nadie. La diferencia específica que hasta ahora
se ha encontrado radica en el factor evolutivo de un sistema social, llámese dictadura,
autocracia, subdesarrollado, totalitarista, democrático, esclavista,
excluyente, elitista o mercantilista, y únicamente, en algunos casos de
brillante relevancia esta diferencia radica en el factor cognoscitivo. Es
imposible pretender tapar el sol con un dedo. Las cosas son como son porque así
lo establece el orden universal. El Autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario