martes, 27 de mayo de 2014

“El Cesto de los Chismes” Escribe Fredy Ramírez Barrera. DRA 25-05-14

Las cosas son como son, no porque se suponga, si no porque así lo dictamina el entendimiento aprehensivo de la realidad. Mucha gente piensa que las cosas deberían de ser como ellos dicen que tienen que ser. Lamentablemente, ese es un error de apreciación que fácilmente se puede dilucidar por medio de un análisis sencillo. En primer lugar se dirá que la definición de “equis” o “ye” recae en el plano puramente formal y que, a partir de esta premisa se derivan una serie de suposiciones hipotéticas. Por qué, pues porque lo formal solo es el reflejo de la cosa en si. Dicho en otros términos, el reflejo representa a la cosa subjetiva-mente. Poder captar que es la cosa en si implica una praxis primero de orden intuitivo y, después se convierte en una representación de tipo formal. Son dos ejercicios en uno. Así es el asunto. Entonces, cuando se supone que determinado sujeto, o una circunstancia cualquiera es verdadera o falsa, el juicio puede ser erróneo en una o en ambas direcciones. No es lo mismo hablar de ella que verla venir, reza el proverbio popular.

Gracias a los descubrimientos de la óptica se sabe que los sentidos pueden ser engañados, y que las apariencias pueden ser falsas. Pero, así como se engaña a la vista, también se puede engañar a determinados criterios pre-establecidos: “A mi se enseñó de tal manera y así tiene que ser, y si no es así, entonces yo no juego”. Una actitud de esa naturaleza provoca una limitante, en la cual debido a la estrechez de criterio se puede afectar, tal vez no solo al emisor mismo, si no que a un conglomerado de receptores interesados en la sensata discusión de intereses comunes. Las suposiciones como queda señalado, no siempre son verdaderas y no siempre son falsas. Por ejemplo, si al caminar durante media hora un sujeto estará a cinco kilómetros del punto de partida. El supuesto puede ser verdadero si se cumple el hecho anunciado, pero puede ser falso si el hecho anunciado no se cumple. Aquí se considera a lo imprevisto como un factor determinante que en determinado momento puede tener una incidencia potencial. Ergo: si a medio camino el sujeto recibe una llamada de emergencia mayor: como el deceso de un ser querido u otra circunstancia de esa categoría, de súbito, dicho individuo se encuentra en una situación de disyuntiva emocional que le provoca un estado de indisposición, planteándole un nuevo imperativo de orden inmediato. La caminata se suspende y el supuesto previsto no se cumple. De allí se deduce que toda suposición es de tipo contingente. Puede ser y puede no ser.
En el caso de las opiniones, estas generalmente carecen de un fundamento sólido por medio del cual su radio de validez pueda ser verificable. “Yo pienso que tal sujeto es de esta y esta manera, o que tal circunstancia debiera de ser así, así y asá”, puede ser un error de apreciación, porque el mismo sujeto o la tal circunstancia que siempre falla, en determinado momento puede convertirse en un acierto. Una opinión calificada podría considerarse como parte sustancial de una estructura hipotética. Una opinión de orden común no. Por esa razón, se impone el aserto que dictamina que, las opiniones en términos generales carecen de valor universal. O, como dicen los expertos: las opiniones carecen de valor científico. Normalmente, esos puntos de vista son tan equivocados que terminan siendo parte del cesto de los chismes.
Lo objetivo puede identificarse solo a partir de un conocimiento a priori, y necesariamente como un resultado a posteriori. Este tipo de certeza trasciende los niveles de la lógica empírica, esa lógica de orden coloquial en la que se mantuvo encasillada a la cultura popular; básicamente, porque lo objetivo obedece a los imperativos de tipo universal, y como bien es sabido, lo particular no infiere a lo universal en cuanto a que, lo que es ya existe y como esencia es inmutable, aunque se le convierta en materia de subsecuentes transformaciones, la naturaleza elemental sigue siendo la misma. Lo trascendental funciona en sentido opuesto a lo particular. Es común escuchar que si un sujeto no tiene dinero no es inteligente, y por lo tanto su valor como persona es inferior a otro que si lo tiene. “Cuánto tienes cuánto vales, nada tienes nada vales”. Esa es una verdadera falacia propia de los sistemas mercantilistas que han venido magnificando el valor de cambio como un bien absoluto, confundiéndolo con el valor de la existencia, de esa manera se ha venido estrangulando en su esencia el valor del servicio. Los sistemas que se rigen por ese tipo de premisas están próximos a colapsar, tomando en consideración que las nuevas políticas derivadas de la globalización humanística que se extiende a lo largo y a lo ancho del mundo actual, propugnan por establecer un sistema en el cual el valor del ser humano es el valor supremo por antonomasia. Las premisa mayores y menores, y la posterior conclusión en la que se basan los sofistas para formular sus falacias nunca han tenido acicate dentro de lo verificable; considerando que, el valor intrínseco inherente a la naturaleza biológica en el ser humano y, en términos generales en todas las especies, siempre determina que ningún sujeto es inferior a nadie y que, el valor de la vida siempre ha sido el bien supremo por excelencia con carácter de no cuantificable. En consecuencia se puede establecer que nadie es superior a nadie. La diferencia específica que hasta ahora se ha encontrado radica en el factor evolutivo de un sistema social, llámese dictadura, autocracia, subdesarrollado, totalitarista, democrático, esclavista, excluyente, elitista o mercantilista, y únicamente, en algunos casos de brillante relevancia esta diferencia radica en el factor cognoscitivo. Es imposible pretender tapar el sol con un dedo. Las cosas son como son porque así lo establece el orden universal. El Autor.

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